jueves, julio 26, 2007

 

LA LUZ

La composición y velocidad de la luz han sido estudiadas por filósofos, teólogos y científicos durante miles de años. Los griegos pensaban que emanaba de los objetos y que la visión humana se emitía desde los ojos para capturar la luz, haciendo un símil con el sentido del tacto, suponían que el ojo palpaba los objetos mediante una fuerza invisible a modo de tentáculo, y al explorar los objetos determinaba sus dimensiones y color, sea como quiera que sea, lo cierto es que aquel día, cuando se liberó de las gafas, el efecto de la refracción o la reflexión o quizás el brillo de su reflejo nos atrapó en un silencio. No sé decir si iba o venía si era de naturaleza ondular o corpúscular pero la luz era distinta, diferente.
Pareciera que el hombre ha sido el inventor de la luz. Parece que la dominamos, que podemos encerrarla en la cámara digital de vídeo o de fotos. Nos creemos que la podemos cambiar a nuestro antojo con filtros de uno u otro color. Podemos polarizarla, que nunca he sabido a ciencia cierta lo que significa. La verdad es que la luz siempre ha estado ahí. Ya lo dice la Biblia, un poco después del principio Dios dijo "Haya luz", y Dios vió que la luz estaba bien. En el tercer día Dios creó dos luceros mayores, el lucero grande para el dominio del día y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas. Millones de años después el hombre creó luceros artificiales, muchos en cada casa, millones en cada ciudad. Eso es lo que se llama contaminacion lumínica, y se define como la emisión directa o indirecta hacia la atmósfera de luz procedente de fuentes artificiales, en distintos rangos espectrales. Sus efectos manifiestos son: la dispersión hacia el cielo (es el característico halo luminoso que recubre las ciudades), la intrusión lumínica (se produce cuando la luz artificial procedente de la calle entra por las ventanas invadiendo el interior de las viviendas), el deslumbramiento (se origina cuando la luz de una fuente artificial incide directamente sobre el ojo provocando que no se puedan percibir los detalles inmediatos) y el sobreconsumo de electricidad (es la consecuencia indeseada e inevitable de los factores anteriormente descritos).
La contaminación lumínica es una de las lacras heredadas del siglo XX. No sólo impide la contemplación de la belleza del cielo nocturno y el transmitirla a las generaciones futuras (bien cultural de la humanidad), así como la investigación astronómica, sino que significa malgastar energía, contaminar el medio, contribuir al calentamiento global de la Tierra (emisiones de CO2) y dañar el ecosistema nocturno.
La belleza de verdad, la natural se aprecia a plena luz del día, los colores no son iguales en casa, con luz artificial, que en la calle, a la luz del sol.
La emisión indiscriminada de luz hacia el cielo y su dispersión en la atmósfera constituyen un evidente atentado contra el paisaje nocturno, al ocasionar la desaparición progresiva de los astros. Algunos de ellos no tienen un brillo puntual como las estrellas, sino que son extensos y difusos (las nebulosas y las galaxias) y, por esta razón, son los primeros en resultar afectados. Su visión depende del contraste existente entre su tenue luminosidad y la oscuridad del fondo del cielo.
No sé si en alguna ocasión habeis contemplado, en la oscuridad de la noche, en un paraje recondito, la inmensidad del cielo cuajado de estrellas, no es comparable a ninguna otra creación humana, y es una de las cosas que no deberíamos olvidar cargar en la mochila de nuestra vida.

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