lunes, abril 09, 2007

 

ENERGIA NUCLEAR II. AHORRO Y SEGURIDAD.

Un informe del Instituto Tecnológico de Massachusettsf (MIT), concluye que la energía eléctrica de origen nuclear no es competitiva en las condiciones actuales. Sin embargo, creen posible que se consigan ciertas mejoras que, de concurrir todas y en el grado preciso, acercarían los costes a los de otras tecnologías, sobre todo si se penalizaran las emisiones de CO2.
-Los gastos de construcción deberían disminuir en un 25%.
-Los plazos de construcción de las centrales deberían acortarse a cuatro años.
-Los costes de operación y mantenimiento deberían reducirse en un 8%.
-El capital invertido debería igualarse con el de las demás opciones.
No será fácil que se cumpla este conjunto de condiciones. Entre otras cosas, porque los costes de construcción y los precios del combustible nuclear son muy dependientes de la evolución de los precios del petróleo porque la construcción y la producción de uranio son procesos muy intensivos en energía fósil. Por otro lado, los costes medioambientales son difíciles de cuantificar. En el caso nuclear, hay que contar, por ejemplo, con el almacenamiento de los residuos y los seguros de responsabilidad civil. En cuanto a los desechos, hoy por hoy, se desconoce cómo realizar y cuánto costará la custodia de estos materiales durante su larguísimo periodo de radiactividad (decenas o centenares de miles de años).
También se han establecido límites legales a la responsabilidad civil que debería de afrontar una empresa eléctrica ante la eventualidad de un accidente nuclear grave. EE UU lo limita a 9.300 millones de dólares por desastre, a pesar de que el presidente de Ucrania haya declarado que sólo los gastos médicos de la catástrofe de Chernóbil habían ascendido a más de 55.000 millones de dólares que tuvo que cubrir el Estado. Y todos podemos comprobar que cualquier póliza de seguro privado excluye de cobertura los riesgos de un incidente nuclear. El informe del MIT concluye que la energía nuclear sería competitiva con respecto al carbón si se impusieran unos derechos de emisión del orden de 150 dólares por tonelada de carbono emitido, pero aun en esta circunstancia no lo sería con respecto al gas natural, excepto que éste alcanzara sus precios máximos.
Sin lugar a dudas, la energía nuclear asusta por sus efectos sobre la seguridad, el medio ambiente y la salud, especialmente después del accidente de Chernóbil (Ucrania, 1986), pero también por el riesgo de ataques terroristas contra instalaciones o durante el traslado de materiales radiactivos. En un escenario de ampliación significativa del parque mundial de reactores habría que mantener, por lo menos, el estándar de seguridad actual que es de menos de un accidente serio con emisiones radiactivas cada 50 años en el ciclo nuclear completo, según el informe del MIT. Independientemente de si ese nivel de garantías es socialmente aceptable o no, habría que dividir por 10 la tasa de fallos actual. Los expertos consideran posible esta mejora con diseños modificados de los reactores clásicos de agua ligera, y no aconsejan introducir nuevos modelos poco experimentados, como, por ejemplo, los de reactores de alta temperatura, refrigerados por gas. Descartan, por tanto, la utilización de reactores de nueva generación en un horizonte de 25 años, por los riesgos asociados al desconocimiento de su funcionamiento práctico y por la necesidad de experimentarlos suficientemente.
También indican que no se ha resuelto el problema de cómo proteger las centrales frente a posibles ataques terroristas (no contemplados en la tasa de accidentes), pero no tienen en cuenta la compatibilidad de estas medidas de aumento de seguridad con la necesaria reducción de costes de construcción y operativos. Un reciente estudio de la Academia Estadounidense de Ciencias alerta sobre la extrema vulnerabilidad de las piscinas en las que se almacenan temporalmente los residuos irradiados ante la posibilidad de un ataque terrorista (que podría tener consecuencias similares a las de Chernóbil).
En 2002, la energía nuclear proporcionó el 20% de la electricidad consumida en Estados Unidos, el 34% en España y el 17% en el ámbito internacional. La AIE prevé un incremento de sólo un 5% en la capacidad nuclear instalada entre los años 2002 y 2030, lo cual, dado el incremento de consumo previsto, reduciría la cuota mundial a un 9%. De cumplirse estas previsiones, la energía atómica tendría una incidencia mínima en la reducción de emisiones contaminantes.
Puesto que la reactivación de este tipo de energía sólo tiene sentido si se hace globalmente y con una dimensión significativa, el informe del MIT plantea un escenario en el que en la primera mitad de siglo se construirían entre 1.000 y 1.500 reactores de un gigavatio (1.000 millones de vatios) repartidos por todo el mundo, que se añadirían a los 366 reactores equivalentes actualmente en servicio. Habría pues que triplicar o cuadriplicar los aparatos para conseguir que en 2050 pudiera pasarse del 17% actual a cubrir el 19% del consumo eléctrico mundial. Un programa cuantitativamente ambicioso, que no consigue más que incrementar ligeramente los niveles actuales de cobertura nuclear.
Según el referido informe, las emisiones totales de CO2 fueron, en 2002, de unos 6.500 millones de toneladas anuales. Y, de cumplirse las previsiones, probablemente se duplique esta cantidad para 2050. Los 1.000 gigavatios de energía nuclear propuestos ahorrarían anualmente entre 800 y 1.800 millones de toneladas, "dependiendo de que desplazaran electricidad generada mediante gas natural o mediante carbón, y suponiendo que no se secuestrara (almacenar, generalmente bajo tierra) el anhídrido carbónico generado por estas centrales".
Por tanto, incluso un programa tan ambicioso como éste no reduciría más allá del 10% las emanaciones de gases contaminantes totales previstas para esa fecha. En el caso extremo de que se quisiera generar toda la electricidad mundial con la alternativa nuclear, habría que construir dos reactores por semana durante los próximos 50 años; algo difícil de imaginar y que, en cualquier caso, no reduciría el incremento de emisiones más allá del 50%. No parece que la energía nuclear pueda ser decisiva para revertir el cambio climático, sobre todo porque no incide sobre la fuente principal de estas emisiones: el transporte. (continuará...)

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