sábado, abril 14, 2007

 

ENERGIA NUCLEAR Y III. LA REALIDAD.

Los investigadores del MIT consideran que la gestión de los residuos nucleares es uno de los problemas más intratables a los que se enfrenta el sector, ya que ningún país ha implantado con éxito un sistema para deshacerse de ellos. En la actualidad, no hay "cementerios nucleares operativos para materiales de alta actividad y todos los Estados han encontrado dificultades en sus intentos".
Aun cuando Estados Unidos lleva más de quince años intentando poner en marcha un almacén geológico profundo en el desierto de Nevada, sin conseguirlo (lo que ha supuesto gastos multimillonarios), el estudio hace hincapié en la necesidad de "un amplio y equilibrado programa estratégico de desechos para preparar el camino de una posible expansión del programa nuclear". De hecho, para almacenar los restos contaminados que produciría el programa que plantean se requeriría "la construcción en distintas partes del mundo de un almacén como el de el desierto de Nevada cada tres o cuatro años". Un reciente escándalo, provocado al descubrirse la falsificación de mediciones de filtraciones de agua en esta zona, puede representar el fin de este proyecto, lo cual plantearía otro gran interrogante acerca de las bases sobre las que podría desarrollarse el programa estratégico de residuos propuesto en el informe.
En cuanto a la posibilidad de utilizar técnicas de separación y transmutación (cuyo objetivo es transformar los isótopos radiactivos en otros de vida más corta) de desechos, que redujeran su volumen y acortaran su periodo radiactivo, los autores concluyen que "sólo basándose en consideraciones relativas a la gestión de los residuos no puede justificarse que los beneficios derivados de esos métodos sean superiores a sus costes económicos y a los riesgos inherentes a la seguridad, la salud y el medio ambiente" que acarrean estos procesos. Por ello se inclinan por "sustituir el almacenamiento actual junto a los reactores por una estrategia explícita de acumulación temporal centralizada para unas cuantas décadas", a la espera de una solución definitiva que hoy no se vislumbra.
A parte de los residuos, la difusión masiva de la tecnología nuclear tiene consecuencias militares, políticas y de terrorismo que hace pensar a los expertos que no debería extenderse la alternativa atómica sin que "el riesgo de proliferación derivado de las operaciones comerciales se reduzca hasta niveles aceptables". En este sentido, recomiendan restringir las instalaciones de reprocesamiento y enriquecimiento a pocos países, y alimentar todos los reactores con un "ciclo abierto de combustible", es decir, sin recuperar el plutonio y el uranio del material irradiado.
Esta propuesta presenta dos problemas fundamentales. En primer lugar, la aceptación del plan por parte de los Estados a los que se pretenda negar la posibilidad de producir y gestionar su propio combustible (es decir, la mayoría), y la disponibilidad de suficiente uranio natural para cubrir los consumos previstos. Solucionar este inconveniente requeriría modificar el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) que, en su forma actual, permite a cualquier país enriquecer y reprocesar uranio para aplicaciones comerciales. Y es fácil adivinar, como vemos en el caso de Irán, que muchos países no estarán de acuerdo en someterse, en la práctica, a las normas y dictados de unos pocos países ricos y poderosos.
En cuanto a la disponibilidad de suficiente uranio natural para evitar el reciclaje del plutonio, los autores calculan que "una flota de 1.500 reactores de un gigavatio en funcionamiento durante 50 años consumiría unos 15 millones de toneladas de uranio". Sin embargo, las reservas conocidas y recuperables a un coste inferior a los 80 dólares y a los 130 dólares (por kilogramo de uranio) son de unos 3 y 4 millones de toneladas, respectivamente, según la última edición del Libro Rojo de la Agencia de la Energía Nuclear de la OCDE y el Organismo Internacional para la Energía Atómica (AEN/OIEA). Es decir, menos de la mitad del que se entiende necesario.
Si bien es cierto que existe mucho más uranio en la naturaleza, será con toda probabilidad mucho más caro de extraer y, lo que es más importante, su obtención será mucho más intensiva en energía fósil, con la consiguiente generación de CO2. Esto invalidaría uno de los principales argumentos a favor de la energía nuclear. De hecho, hay estudios que indican que al extraer uranio de minas con una mena inferior a 100 partes por millón se emite más dióxido de carbono del que luego se ahorra al sustituir una generación equivalente con gas natural. De recurrir al plutonio, sería prácticamente imposible evitar una proliferación desaforada y, en este caso, según los autores, no debería acometerse una expansión generalizada del parque nuclear. A ello cabe añadir el fracaso rotundo del Superphénix, el breeder (reactor reproductor rápido) francés concebido precisamente para solventar la escasez de uranio natural fisible (con un coste superior a los 10.000 millones de euros), que pone en cuestión incluso la viabilidad a medio plazo de sustituir el uranio por plutonio, como proponen algunos partidarios de la energía nuclear, obviando el problema de la proliferación.
Enfrentados a la realidad de las dificultades que presenta la opción nuclear con la tecnología actual, algunos partidarios de esta alternativa la defienden sólo como una más entre las muchas que requerirá la solución del dilema energético-climático, y argumentan que es necesario mantenerla como método de transición hacia un futuro en el que la combinación fusión-hidrógeno resolverá definitivamente nuestros problemas energéticos. El hidrógeno se postula como sustituto del petróleo, sobre todo para el transporte, pero el hidrógeno no es una fuente de energía, y fabricarlo precisa de otros manantiales energéticos, en este caso de la fisión o de la fusión nuclear. Si generar toda la electricidad mediante energía nuclear de fisión supone un programa irrealizable de construcción de reactores, no digamos si, además, quisiéramos producir el hidrógeno necesario para ir sustituyendo el petróleo. Sólo queda, por tanto, la fusión. Pero el ITER (un programa internacional que pretende construir un reactor de fusión nuclear) no es más que un proyecto experimental de demostración técnica y científica que, aunque tenga el éxito deseado, no prevé la posibilidad de aparatos comerciales antes de 2050 y, como hemos visto, éste es un plazo demasiado lejano para plantearlo como solución al dilema al que el mundo se enfrenta en las próximas décadas. Seguir por una senda que conduce al precipicio, mientras esperamos un milagro que nos salve de la caída, no parece la opción más racional.

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